Por Pablo Dipierri
Que el diseño electoral que están cincelando las dos coaliciones principales en Argentina muestre signos de posible desmoronamiento o escisiones comprometedoras no habla tanto de la crisis de representación como del ensimismamiento del sistema político. La sociedad argentina, contrariamente a lo que se divulga en la literatura periodística, es acreedora de una madurez y una comprensión de la situación que pocos encuestadores traducen y muchísimos menos dirigentes interpretan, toda vez que se obnubilan mirándose al espejo de sus selfies.
Así, el último trabajo de Zuban Córdoba detectó que la mayoría de la población rechaza la dolarización de la economía, la privatización de YPF y Aerolíneas, la supresión de las retenciones a las exportaciones o el despido masivo de empleados públicos, como así también la derogación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo o la eliminación del Ministerio de las Mujeres, Diversidad y Géneros. Sobre un universo de 1300 casos sometidos a un cuestionario domiciliario, el 80,8 por ciento se manifestó contra el arancelamiento de la salud pública, el 82,3 por ciento contra la misma medida sobre la educación pública y el 90 por ciento contra un recorte a las jubilaciones y pensiones. Los vaticinios de ajuste revisten delirios de Javier Milei o Patricia Bullrich pero su concreción tendrá que atravesar una valla de resistencia popular importante.
La dilucidación de la adhesión electoral que tengan las figuras más recalcitrantes de la derecha local, a pesar de la impugnación de sus ideas o propuestas, es todavía brumosa y solo la falta de coraje de los precandidatos que no creen en eso y la obsecuencia de un periodismo colonizado por la lengua del poder financiero sostiene la suposición de un anclaje incomprobable de esos preceptos en los anhelos de les argentines. Los sembradíos de tópicos reaccionarios, a la postre, encorsetan el debate público en parcelas imaginadas por los discípulos de Steve Bannon, el escultor de Donald Trump y Jair Bolsonaro, antes que en la palabra de las organizaciones que todavía resisten al tamiz de Twitter.
En ese contexto, la Convención Radical que se realizó anoche en Parque Norte, en Capital Federal, ratificó la pertenencia de la UCR a Juntos por el Cambio pero dejó la puerta abierta a la incorporación de referentes que tiendan a la ampliación de la base de sustentación. Contra los deseos de exponentes como el mendocino Alfredo Cornejo, el correntino Gustavo Valdez y el cordobés Mario Negri, el gobernador jujeño saliente y titular del partido, Gerardo Morales, mantuvo la tesitura que expresara el jefe de Gobierno porteño y precandidato presidencial por el PRO, Horacio Rodríguez Larreta, para irritación de su competidora, Patricia Bullrich, y el ex presidente Mauricio Macri. Los crujidos tectónicos podrán contenerse mal, regular o peor desde la cúpula de la entente opositora pero semejan el preludio de una implosión.
Es una curiosidad que tanto en Clarín como en La Nación florezcan artículos sancionatorios de la conducta irresponsable de los mismos actores que maquillaron y vistieron para sus shows televisivos cuando el mandato se reducía a la horadación de la legitimidad del peronismo gobernante. Sobre todo, por una hipótesis inquietante que merecería la atención del elenco (in)estable de la alianza de cambiemitas: el poder económico tal vez no tenga empacho en rifar su Frankestein electoral mientras encuentre la forma de garantizarse la continuidad de su ascendente tasa de ganancia. Dicho de otro modo, los dueños del país ensayan la actualización doctrinaria de la última misiva de Luis Alem, hallada en la habitación donde se suicidó el 1º de julio de 1896: no se inmutarían si se parte el juguete electoral que inventaron en 2015 porque lo que verdaderamente le importa es que no se doble la curva alcista de riqueza y el rendimiento de sus apuestas en los gráficos cartesianos que proyectan.
Por ese motivo, es concomitante a sus planes la maniobra extorsiva del ministro de Economía, Sergio Massa, que amagó la semana pasada con abandonar su cargo en el gabinete o llevarse el Frente Renovador del Frente de Todos si se dirimiera la interna oficialista en PASO pero terminó desmintiendo los mismos rumores de dimisión que alimentó a través de funcionarios de su confianza y pidió que anoten su sello si hubiera competencia en primarias. El objetivo de la timba del tigrense, más allá de la cizaña que disfruta, es persuadir a sus socios kirchneristas con terrorismo económico de su propia importancia política ante Washington. Conspiran contra esa falta envido que echa sin cartas ganadoras la inflación y la burocracia del FMI, y bajo ese prisma, la rediscusión del acuerdo con el organismo multilateral de crédito que reclama la vicepresidenta Cristina Kirchner con bella ornamentación retórica se minimiza en el 5º Piso del Palacio de Hacienda como una quimera inalcanzable.
La depreciación del valor que cada carta tendría en un rabón tradicional profundiza la necesidad de jugar al pica-pica mintiendo. Entonces, cualquiera presiona con alquimias desopilantes que encuentran justificaciones teóricas en un terreno donde solo tallan las ficciones regulativas, al decir de Friedrich Nietszche: no existen hechos, solo interpretaciones. Fruto de ese clima, crece la especulación de que el gobernador Axel Kicillof termine lidiando con una candidatura presidencial de la que reniega y el casillero del precandidato a gobernador se complete con el nombre de Máximo Kirchner, bajo la gaseosa especulación de que la provincia se gana con el apellido.
El inconveniente es que el embajador argentino en Brasil, Daniel Scioli, no declina sus aspiraciones como precandidato presidencial y el ministro del Interior, Eduardo Wado de Pedro, hasta apeló a un vivo de Youtube con el actor Esteban Lamothe para mostrarse descontracturado y afable para un padrón electoral compuesto en un 70 por ciento por menores de 45 años.
Tanto el desenlace de la inscripción de las listas como la lotería de posibles compañeros de fórmula animan discusiones de lo más diversas en la militancia, como para tajear el adormecimiento en que los dirigentes sumieron a la fuerza política. Sin ases en la mano, la sociedad responderá en las urnas con más cuidado que sus representantes para que nadie sople la arquitectura enclenque.