Perú nos acostumbró a su inestabilidad política. Dina Boluarte se convirtió en la quinta dirigente en ocupar la Presidencia en 6 años y nada indica que su suerte sea diferente a la de todos sus antecesores.
Las razones por la que esto ocurre pueden ser varias. Una tiene que ver con la atomización partidaria que hace que ningún presidente cuente con bancada propia en el Congreso, siendo imposible impulsar cualquier medida o reforma.
Otro punto es el rol del Congreso en sí, el poder con menos valoración positiva del país. De hehco, el parlamento es una fija en los reclamos de la población en cada protesta. Lo cierto es que por ahora el legislativo sigue esquivando las crisis y logra mantener intactos su poder de veto y sus intereses.
Castillo asumió con una esperanza de cambio luego de una victoria que no estaba en los planes de ningún analista o encuestador pero se encontró con sus propias limitaciones y los condicionamientos de un sistema que no lo quiso desde el principio. La inexplicable decisión de forzar un autogolpe, cerrar el Congreso e intervenir el Poder Judicial fue, además de una actitud profundamente antidemocrática, una absoluta torpeza política y el tiro de gracia que faltaba para sentenciar su salida.
Lo que se ve ahora es una convulsión social sin nada que lo catalice. Los pedidos son varios y contradictorios y van desde el adelantamiento de las elecciones hasta convocatoria a una Constituyente.
Los sectores que se movilizan también caminan por los extremos y pueden observarse desde la extrema de izquierda de Antauro Humala hasta el fujimorismo, que se propone como el único garante de orden y estabilidad.
A diferencia de lo que pasó con el estallido chileno, Perú no cuenta con la masividad hasta el momento ni con las fuerzas políticas con predisposición para impulsar un proceso de cambio. ¿Será la fuerza social capaz de empujar los cambios?
Hasta el momento no hay liderazgos claros ni horizonte de cambio inmediato. Por lo tanto, la película podría repetirse. Las marchas tuvieron como resultado 7 muertos y más de 20 heridos. De esta manera, y ante la posibilidad de que la conflictividad escale, la flamante presidenta Boluarte habló en cadena nacional y confirmó el envío de un proyecto de ley para adelantar las elecciones para 2024. Esto y el Ejército en las calles para reprimir las manifestaciones fueron las únicas propuestas de la política.
Perú expresa las consecuencias negativas de no contar con un presidente fuerte. Ser jefe de estado en Perú es prepararse para lo peor y no tener margen para cambiar absolutamente nada. En el mejor de los casos, el logro y la anomalía es terminar el mandato y no quedar preso. Estos elementos tornan al país latinoamericano en un terreno absolutamente ingobernable.