Por Hernani Natale
En mayo de 1982, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Charly García, Nito Mestre y León Gieco, entre tantos, participaron ante una multitud del Festival de Solidaridad Latinoamericana, organizado para recaudar fondos, alimentos y ropa para los jóvenes soldados que estaban en el campo de batalla.
La noche del 16 de mayo de 1982, cuando la suerte de las tropas argentinas en Malvinas parecía sellada a pesar del clima triunfalista que invadía al país, el rock argentino finalmente fue aceptado a nivel masivo como una parte importante de la cultura oficial, luego de años de haber sido estigmatizado, silenciado, asfixiado y subestimado.
Así lo determinaba un festival en las canchas al aire libre de rugby y hockey en el Estadio Obras, animado por muchas de las más importantes figuras del género, que había logrado reunir a una casi inédita multitud de entre 60.000 y 80.000 personas –depende la fuente de las estimaciones- a la que no le importó el frío y la persistente llovizna, y que era transmitido sin interrupciones comerciales por Canal 9 y por las FM de Radio del Plata y Rivadavia, las dos emisoras de mayor audiencia.
El Festival de la Solidaridad Latinoamericana surgió de la unión de los productores más importantes del género que había en ese momento, Daniel Grinbank, Pity Yñurrigarro, Oscar López y Alberto Ohanian, para recaudar fondos, alimentos y ropa para los jóvenes soldados que estaban en el campo de batalla.
A lo largo de cuatro horas, las figuras consagradas del rock local desfilaron por el escenario y acapararon la atención de los medios de comunicación masivos como nunca antes lo habían logrado.
Allí estaban Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia, Charly García, Nito Mestre, Raúl Porchetto, León Gieco, Pedro y Pablo, Ricardo Soulé, Edelmiro Molinari y el uruguayo Rubén Rada, entre tantos. Eran músicos que habían sufrido censuras, interpretando canciones que hasta hacía poco no podían sonar de manera pública por orden de los altos mandos militares. Las cosas habían cambiado y ahora estaban en el centro de la escena.
Pero la foto fija del cierre del encuentro, con Charly, Nito, Porchetto y Gieco juntos cantando «Algo de paz» y «Rasguña las piedras«, a lo largo de la historia, iba a ser el símbolo sobre el cual se realizaron lecturas muy distintas respecto al impulso para el rock que había significado la Guerra de Malvinas, según los puntos de vista de donde provinieran. Lo cierto es que todas ellas son relativas y, en muchos casos, no son excluyentes.
Por un lado, se estableció como relato oficial que el rock argentino sufrió un gran espaldarazo cuando, al inicio de la kamikaze aventura bélica, la junta militar gobernante prohibió la difusión de música cantada en inglés.
Por otra parte, la decisión del establishment del rock local de organizar un festival en medio de la guerra también alimentó leyendas que ubicaron al movimiento en un incómodo lugar de colaboracionismo con el régimen.
En tanto, para toda una nueva generación, esa foto del final del festival era un símbolo del pasado porque había una fuerza emergente que pedía pista y estaba lista para salir a la cancha.
Lo que estas visiones confirman, en todo caso, es que el movimiento fue víctima de un intento de «abrazo de oso», del que finalmente pudo zafar para dar vida a una nueva era.
Cuando las tropas argentinas desembarcaron el 2 de abril de 1982 en Malvinas con el objetivo de recuperar la soberanía nacional sobre las Islas, el gen chauvinista se apoderó de un porcentaje mayoritario de la sociedad. Gran Bretaña, y todo lo proveniente de allí, pasó a ser el mismísimo demonio.
Como parte de esa construcción del enemigo externo ideal, las autoridades decidieron emitir una medida en la que prohibían la difusión de música cantada en inglés. A raíz de esta orden, quedaban virtualmente «liberadas» aquellas canciones de artistas locales que habían sido censuradas por el régimen.
Las radios comenzaron a echar mano a todo disco en lengua castellana, lo que derivó en que bajo el paraguas de «rock nacional» convivieran fuertes exponentes del género con nombres ajenos al rubro, como los de Marilina Ross, Sandra Mihanovich o Piero, por citar algunos ejemplos.
Pero, aun así, las emisoras no lograban cubrir toda la programación, por lo que comenzaron a difundir la gran cantidad de cintas demo que grupos o artistas emergentes acercaban. La gran mayoría de ellos presentaban sonidos por demás novedosos que surgían de los sótanos donde se venía cocinando una contracultura rockera que se alimentaba del punk rock y la new wave de moda en Gran Bretaña y Estados Unidos.
Es verdad que la prohibición de la música en inglés fue un impulso, pero, fundamentalmente, en lo referente a la difusión masiva, pues las nuevas tendencias ya gozaban de una vitalidad desconocida para entonces a fuerza de años de batallar para crear un under porteño.
Esas tendencias también habían surgido cuando las nuevas generaciones comenzaron a sentir que el establishment del rock local ya no las representaba. Para ellos, la foto del Festival de la Solidaridad Latinoamericana era color sepia.
Por otra parte, acusar de colaboracionismo a los artistas que participaron del festival es una gran injusticia porque no hubo allí proclamas en favor de la guerra ni de la dictadura gobernante. Al contrario, siempre se dejó en claro que era para ayudar a los soldados enviados a la fuerza al campo de batalla y que las banderas de la paz y el amor no se arriaban.
La negativa a participar de dos nuevos grupos, Los Violadores y Virus, y un tardío mea culpa de Gieco, fueron tomados por muchos como argumento para sostener lo contrario. Una vez más, hay que poner las cosas en su justo lugar y calibrar el tono épico de algunas actitudes.
Ícono de la entonces incipiente movida punk vernácula, es coherente la postura de Los Violadores. Sin embargo, hay que destacar que para entonces no tenía contrato aún con ninguna discográfica, por lo que el rechazo no comprometía su futuro.
La plana mayor de Virus estaba conformada por los hermanos Moura, quienes tenían un hermano mayor desaparecido. Había una señal clara en su ausencia. Pero Federico, el líder del grupo, estuvo en bambalinas y argumentó públicamente que no podían participar porque el baterista Mario Serra se había lastimado un dedo.
Y las palabras contra el festival por parte del autor de «Solo le pido a Dios» fueron expresadas más de diez años después, con las cartas sobre la mesa.
Lo que sí es cierto es que el encuentro solidario sacó a relucir las miserias que contaminaban al rock argentino. Por ejemplo, Pappo solo pudo actuar por la buena voluntad de Dulces 16, especialmente por la del guitarrista Gabriel “Conejo” Jolivet, quien lo invitó a subir a tocar “Fiesta Cervezal” durante su set.
«El Carpo» cargaba con algunos estigmas y era cancelado de facto por los productores más importantes. Tampoco le hicieron lugar a Javier Martínez, prócer de Manal, quien tuvo la idea inicial del festival y luego quedó afuera. Spinetta lo mencionó e hizo algo de justicia cuando llegó su turno en el escenario.
La realidad es que la dictadura quiso cooptar para sí la fuerte ligazón que existía entre el rock argentino y los jóvenes, pero el tiro salió por la culata. El movimiento pudo hacer gala de una vitalidad que no estaba en los planes y fue parte importante del coro generalizado que tras la rendición en Malvinas empujó a la dictadura al infierno más profundo.
La llegada de la democracia tuvo como gran banda sonora a una infinidad de artistas y bandas que marcaron una nueva era. Esa que ahora es conocida como «los 80».